Amigos de la Vuelta del Castillo, de Javierada

Amigos de la Vuelta del Castillo, de Javierada
De Monreal a Javier

miércoles, 15 de julio de 2015

Crónica de mi maratón -San Fermín Marathon -2ª edición.

La salida del infierno fue triunfante. Desanimado como iba, la llegada a meta permitió el estallido de endorfinas por todas partes. Cuando vi la clasificación fue otro motivo de alegría, el 118 no estaba nada mal a pesar del tiempo.
Con Ian
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Crónica breve de un esforzado korrikolari

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          Y dos kms de propina.
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          No esperaba hacer la mejor marca de mi historial aunque tampoco fuera tan difícil. No esperaba sino una discretísima carrera sin grandes esfuerzos añadidos y salió lo que salió, como si de un boleto de la tómbola se tratara. Dentro de mí ronroneaba la idea de que tal vez se le podría rebajar un par de minutos a la maratón del pasado año. Tuve casi todo el día para mí solo, para estar relajado, y aun así, como casi siempre, algo habría de alterar mi tranquilidad a última hora. Cuando creía que todo iba a pedir de boca, alrededor de la 7, 30 p. m., sacaba de la bolsa que me habían entregado en Irabia mis cosas y observo que la carrera comenzaba a las 7:40. Una sacudida de incredibilidad me golpeo hasta el alma. Estaba convencido de que la salida era a las 8.
          Con el azoramiento propio de la situación, me coloqué el dorsal y “echando pipas” salí corriendo a la calle: San Juan, Hotel de los Tres Reyes, Paseo Sarasate, y, con el suspiro de quien se está jugando algo, alcancé la Plaza del Castillo. La salida de los corredores estaba blindada por un vallado incómodo de saltar, que además los espectadores defendía como un fortín. Tras encontrar un espacio, alcancé una apertura que me comunicaba con el lugar indicado para tomar la salida. También estaba abarrotado de corredores: no cabía un alfiler.
          Sea como fuere, el hecho es que sonó el pistoletazo de salida y el pelotón se fue soltando, extendiendo, expandiendo y estirando por el recorrido. Deportistas dispuestos a devorar kilómetros, 21, 42… atletas que podrían ser héroes de sí mismos, criaturas ávidas de superación, entusiastas de retos difíciles.
          Sabíamos que las condiciones meteorológicas no eran las mejores y que podían pasar factura pero desconocíamos hasta qué punto. Los primeros 21 km salieron según el guión. Fui con mi paisano Juan Ramón González, que corría su segunda maratón, y nos lo tomamos con bastante calma cerca de la liebre de 3:30. En el puente de la Taconera me animaron mi mujer y mi hijo. A lo largo de todo el recorrido fueron muchas las personas que me animaron, especialmente amigos de la Vuelta del Castillo.
          Mi planteamiento era alcanzar los primeros 21 km a cinco minutos y a partir de ahí, en la segunda vuelta, apretar. Sin embargo, este objetivo se desmoronó pronto como un azucarillo en el agua, según mis músculos y piel se convertían en sudor agobiante. Por el km 30, el sufrimiento se convirtió en mi sombra. Unas molestias en el pie derecho me recordaban mi fragilidad. En el avituallamiento arramplé con cuanto estaba a mi alcance. Me paré y tomé de todo, sobre todo “aquarius”.
          De nuevo en carrera, el km 35 era una obsesión y se hizo eterno. El km 35 suponía otro puesto de avituallamiento y la posibilidad de saciar algunas flaquezas humanas. La siguiente estación de este “vía crucis” era el km 40. En esta ocasión había una agravante: la subida del Portal de Francia. Aprovechando el descampado de las murallas y la nocturnidad y la falta de público, me tomé un descansito y subí andando unos metros para entrar en el casco viejo con garbo y alegría ante un montón de gente que me animaba. Ese tramo fue muy bonito. Mucha gente, buen ambiente, enseguida alcancé Chapitela, era el momento de disfrutar. Todavía tenía ganas de disfrutar después de lo que psicológicamente había sufrido. Tanta gente animando. Como en la edición anterior, Fausto, amigo de la “Vuelta”, salió ahí para darme ánimos. La Plaza de Toros la tenía en la palma de la mano, estaba al alcance de mis zapatillas, y entonces aparece mi hijo, como una batería recién cargada, para desatar toda la adrenalina de mi cuerpo y eclosionar en el callejón. Pasamos la línea de meta y el albero, a ritmo de megafonía, nos felicitaba. En ese momento, mi amigo Fernando subía al podio como un campeón. Para mi hijo yo soy un campeón.