Da la impresión de que entro ligero y bien. Por el segundo 23.
2015
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3181
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ANGEL
MARIANDUEZA MARTINENA
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01:32:13
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152
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ARTAJONA
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Carrera dura, llena de toboganes y con varios puertos que en un día como el de ayer, con 25 grados, se pueden hacer insufribles. No sé si por ser la última, tengo las sensaciones más vivas, o es que cada año se me hace más dura. Solo sé que mis dos carreras oficiales en las que he participado últimamente, se me han hecho eternas, en las dos me ha pesado el calor, en las dos he echado el coraje de caminar cuando lo he creído conveniente y en las dos he pensado que tal vez no las terminaría. Aunque siempre me ha quedado aquello de “si es necesario a cuatro patas”. Luctuosa noticia la que me transmitió mi paisano Benjamín – posiblemente el mejor fondistia que hoy tiene Artajona, sin olvidarnos de Fernando Ironman y algún otro valiente- que un joven de Berbinzana, cerquita de nuestro pueblo, para los que no lo sepan, falleciera. Es para que se nos pongan los pelos como escarpias.
Mi
carrera fue de traca. Es verdad que
salía de una lesión y que me había preocupado de cuidarme especialmente los
días previos, incluso había hecho la de
las “Murallas” de Pamplona para
probarme, y lo cierto es que pensaba que estaba como siempre, bien. Pero ¿qué pasó? Posiblemente el calor, la ingesta de unos geles que no
suelo llevar y hacían que mi boca se sintiera seca, a pesar de que me hidraté todo que estuvo a mi alcance y más, o el
almuerzo que me comí en Behobia antes de salir. Esto ya fue la bomba. Me
acerqué, como suelo hacer, a un café con la intención de tomarme un refrigerio
con azúcar, pero ante la bollería, algo
incauto, pensé que a ver por qué no, ¡igual me iba bien y todo!. Y, señores, ni corto ni perezoso, me metí entre pecho y
espalda una napolitana con abundante crema,
hora y media antes de la salida. Pensé: “Igual, hasta me viene bien”. Luego fui a
juntarme con los de la Vuelta del Castillo, nos sacamos la foto de rigor, y a buscar la salida. Soy de los privilegiados
porque salgo de los primeros, con mi
dorsalito verde, a las 10:03, salía
y creía que andaría por mis tiempos habituales, 1: 26 más o menos; pero se me fue el reloj hasta la hora y 32. Lo
peor fue recorrer esos veinte kilómetros. Salí a un ritmo que pensaba que podía aguantar y
enseguida vi que aquello era fantasía, duró 5km, para el km 10 ya iba a un tiempo que no me gustaba, sin embargo, no era eso lo peor, lo peor era que en el km 10 estaba
reventado. Sí, como suena. Te imaginas estar reventado en el km 10 cuando
tienes en la cabeza que te quedan otros tantos
y que hay varias subidas. Me vino a la cabeza el Maratón de junio y, como siempre,
surgió en mi cabeza aquello de quién coño
te manda meterte en estas batallas y
todas esas historias. Y lo de siempre:
apretar los dientes y a correr con un poco
de cabeza.
Los dos primeros km fueron al ritmo que me gustaba,
incluso los primeros 5 km encajaban perfectamente en mis objetivos pero en las primeras rampas duras pude
comprobar que algo iba mal. Si
Gaintxurizketa son dos kilómetros y
medio de subida, nunca en las ediciones anteriores se me habían hecho tan duros
y fue donde por primera vez decidí tomármelo con calma y descansar. Un tramo lo subí andando,
después seguí y llegó la cuesta abajo. No recuerdo ni si apreté aunque supongo
que sí. Cuando me presenté en el km 10
pude comprobar que había invertido
unos dos minutos más de los que entraban en mis cálculos y a partir de ahí
había que dosificarse porque pintaban bastos, y a 25 graditos de temperatura. Cada puesto de
avituallamiento suponía un respiro. Por Rentería
decidí tomarme el segundo gel que me
había preparado, con tranquilidad y con
aguita, para que no se me quedara en la
boca la sequedad que arrastraba. Tenía
por delante la subida de Capuchinos, otro pequeño obsequio de la Behobia (subidita al canto). Después, una bajadita y a mentalizarse para subir el
alto de Miracruz. La napolitana que me había tomado con café antes de la salida
me envíaba saludos de vez en cuando y sabía
que en Miracruz se me convertiría en un “garrote” o tal vez en un “garrotazo” –que decían en mi
pueblo-. Había que estar tranquilo y dosificar. Decidí subirlo despacio. Prohibido pararse, no fuera a convertirse
en un vicio. Y así subimos poco a poco a la rueda de algún compañero de
fatigas cuyo ritmo me interesaba para no desgastarme demasiado. Una vez arriba, soñaba con el km 18, parecía que no
llegaría nunca; también pensé que no podría acabar la carrera. Ya estaba hecho,
era cuestión de sufrir un poco más. El 19
llega solico, detrás del 18. La gente anima. Solo un km, sí, solo un km. Pamplinas. No puedes con el alma y oyes por megafonía que
solo queda un km. La percepción e este km siempre parece de ficción porque se hace el más largo. Ves arcos
hinchable. Con mi experiencia ya sé que eso indica algo pero poco. No era cuestión de
volverse loco. Efectivamente, cuando
alcanzas el primer arco, ves que quedan otros tanto y que ni siquiera divisas
la meta. Se puede tratar de 500 m. Llevaba la boca seca, muy seca, pides agua alrededor y nadie te oye. Hay un jaleo abrumador. Suena la música
por megafonía. Tienes la boca excesivamente
seca, casi enferma, notas los tejidos de la boca como esponjas y
solo quieres agua. Por fin, cruzas la meta. Nadie tiene agua a
mano. Te remiten a la salida de la zona de llegada. Lo mejor es que ya se
ha acabado. Después, lo de siempre. Que si el chip, la bolsa del corredor, buscar a la familia, las duchas, etc. El calor sirve para algo más que sufir: Se
puede disfrutar un poco del mar.
¡ Hasta el año que viene!.
¡ Hasta el año que viene!.