Amigos de la Vuelta del Castillo, de Javierada

Amigos de la Vuelta del Castillo, de Javierada
De Monreal a Javier

lunes, 21 de diciembre de 2015

BEHOBIA 2015

   

Da la impresión de que entro ligero y bien. Por el segundo 23.
2015
3181
ANGEL MARIANDUEZA MARTINENA
01:32:13


152
ARTAJONA


      Carrera dura, llena de toboganes y con varios puertos que en un día como el de ayer, con 25 grados, se pueden hacer insufribles. No sé si por ser la última,  tengo las sensaciones más vivas,  o es que cada año se me hace más dura. Solo sé que  mis dos carreras oficiales en las  que he participado  últimamente, se me han hecho eternas, en las dos me ha pesado el calor, en las dos he echado el coraje de caminar cuando lo he creído conveniente  y en las dos he pensado que tal vez no las terminaría. Aunque siempre me ha quedado aquello de “si es necesario a cuatro patas”.  Luctuosa noticia la que me transmitió mi paisano Benjamín – posiblemente el mejor fondistia que hoy tiene Artajona, sin olvidarnos de Fernando Ironman y algún  otro valiente- que un joven de Berbinzana, cerquita de nuestro pueblo, para los que no lo sepan, falleciera.  Es para que se nos pongan  los pelos como escarpias.
      Mi carrera fue de traca. Es verdad que salía de una lesión y que me había preocupado de cuidarme especialmente los días previos, incluso había hecho la de las “Murallas” de Pamplona para probarme, y lo cierto es que pensaba que estaba como siempre, bien. Pero ¿qué pasó? Posiblemente el calor, la ingesta de unos geles que no suelo llevar y hacían que mi boca se sintiera seca, a pesar de que me hidraté  todo que estuvo a mi alcance y más, o el almuerzo que me comí en Behobia antes de salir. Esto ya fue la bomba. Me acerqué, como suelo hacer, a un café con la intención de tomarme un refrigerio con azúcar, pero ante la bollería,  algo incauto,  pensé que a ver por qué no,  ¡igual me iba bien y todo!.  Y, señores, ni corto ni perezoso, me metí entre pecho y espalda una napolitana con abundante crema,  hora y media antes de la salida. Pensé:  “Igual, hasta me viene bien”. Luego fui a juntarme con los de la Vuelta del Castillo, nos sacamos la foto de rigor,  y a buscar la salida. Soy de los privilegiados porque salgo de los primeros, con mi dorsalito verde, a las 10:03, salía y creía que andaría por mis tiempos habituales, 1: 26 más o menos;  pero se me fue el reloj hasta la hora y 32. Lo peor fue recorrer esos veinte kilómetros. Salí  a un ritmo que pensaba que podía aguantar y  enseguida vi que aquello era fantasía,  duró 5km,  para el km 10 ya iba a un tiempo que no me gustaba, sin embargo,  no era eso lo peor, lo peor era que en el km 10 estaba reventado. Sí, como suena. Te imaginas estar reventado en el km 10 cuando tienes en la cabeza que te quedan otros  tantos y que hay varias subidas. Me vino a la cabeza el Maratón de junio y, como siempre, surgió en mi cabeza aquello de quién coño te manda meterte en estas batallas  y todas esas historias. Y lo de siempre: apretar los dientes y a correr con un poco de cabeza.

Los dos  primeros km fueron al ritmo que me gustaba, incluso los primeros 5 km encajaban perfectamente en mis objetivos pero en las primeras rampas duras pude comprobar que algo iba mal. Si Gaintxurizketa son  dos kilómetros y medio de subida, nunca en las ediciones anteriores se me habían hecho tan duros y fue  donde por primera vez decidí tomármelo con calma y descansar. Un tramo lo subí andando, después seguí y llegó la cuesta abajo. No recuerdo ni si apreté aunque supongo que sí. Cuando me presenté en el km 10 pude comprobar que había invertido unos dos minutos más de los que entraban en mis cálculos y a partir de ahí había que dosificarse porque pintaban bastos,  y a 25 graditos de temperatura. Cada puesto de avituallamiento suponía un respiro. Por Rentería decidí tomarme el segundo  gel que me había preparado,  con tranquilidad y con aguita,  para que no se me quedara en la boca la sequedad que arrastraba. Tenía por delante la subida de Capuchinos, otro pequeño obsequio de la Behobia (subidita al canto). Después,  una bajadita y a mentalizarse para subir el alto de Miracruz. La napolitana que me había tomado con café antes de la salida me envíaba saludos de vez en cuando y sabía que en Miracruz se me convertiría en un “garrote”  o tal vez en un “garrotazo” –que decían en mi pueblo-. Había que estar tranquilo y dosificar. Decidí subirlo despacio. Prohibido pararse, no fuera a convertirse en un vicio. Y así subimos poco a poco a la rueda de algún compañero de fatigas cuyo ritmo me interesaba para no desgastarme demasiado. Una vez arriba, soñaba con el km 18, parecía que no llegaría nunca; también pensé que no podría acabar la carrera. Ya estaba hecho, era cuestión de sufrir un poco más. El 19 llega solico,  detrás del 18. La gente anima. Solo un km, sí,  solo un km. Pamplinas. No puedes con el alma y oyes por megafonía que solo queda un km. La percepción e este km siempre parece de ficción  porque se hace el más largo. Ves arcos hinchable. Con mi experiencia ya sé que eso  indica algo pero poco. No era cuestión de volverse loco. Efectivamente,  cuando alcanzas el primer arco, ves que quedan otros tanto y que ni siquiera divisas la meta. Se puede tratar de 500 m.  Llevaba la boca seca,  muy seca, pides agua alrededor y nadie te oye. Hay un jaleo abrumador. Suena la música por megafonía.  Tienes  la boca excesivamente seca,  casi enferma,  notas los tejidos de la boca como esponjas y solo quieres agua. Por fin, cruzas la meta. Nadie tiene agua a mano. Te remiten a la salida de la zona de llegada. Lo mejor es que ya se ha acabado. Después, lo de siempre. Que si el chip, la bolsa del corredor,  buscar a la familia, las duchas, etc.  El calor sirve para algo más que sufir: Se puede disfrutar un poco del mar.

 ¡ Hasta el año que viene!.

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