Me vais a permitir una reflexión
que llevo digeriendo en mi cabeza desde hace años, cuando visité la Toscana. En
las primaveras, y ya llega pronto nuestra primavera, hay un paisaje que siempre
me traslada a estos paraísos. Subiendo de Artajona o bajando a Artajona, según
se mire, ese tramo que hay entre Artajona y el Carrascal, y que, por otra
parte, se hace extensivo por bastantes parajes de la “zona media” de Navarra, se me antoja de
ensueño. Oscilación de suaves laderas verdes, con setos naturales de zarzas y
chaparros, de encinas y bosque bajo, laderas de cereal abundante, de cielos
claros y pájaros cantando, de caminos blancos tan blancos como los de Antonio
Machado.
Bajaba ayer a mi pueblo y me volvieron el paisaje y los sentimientos de siempre. La “Txapela” es la antesala de un descenso y
como si de un mirador se tratara, algunas curvas dibujan, al fondo, la silueta
de “el Cerco”, que por arte de magia
aparece y desaparece conforme pasan los kilómetros. Decíamos la bajada… es una bajadica que va
dejando a los lados laderas alegres, espuendas llenas de flores. Ahí están nuestros
almendros, aquellos que plantaron nuestros padres, quizá nuestros abuelos,
están cantando la primavera venidera en estos días primaverales del final del
invierno. Con esas flores blancas y rosas, rosáceas y blanquecinas, flores de
miel y amarillos estambres, flores soñadoras, nubes algodonadas en los brazos
de los almendros, patente de alcanfor. Derecha e izquierda, arbolitos
florecidos que parecen enjambres de pétalos…
líneas sobre líneas haciendo regazos de montículos suaves. Entre tres
ramas de almendros florece “el Cerco” y se clava en nuestra retina una
panorámica hermosa del buque insignia de nuestra historia. Se configuró con un
encuadre adecuado, una estudiada estrategia, la luz privilegiada de la mañana y la mano
experta de los artistas. De todas las perspectivas de la muralla, esta es la
que más me gusta.
Nadie lo plasma mejor que mi
amigo José Ignacio.
Un abrazo,
Ángel Mª Andueza
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